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CÓMO SENTIR ESTABILIDAD EN TIEMPOS DE CAMBIO


Durante mucho tiempo, pensé que si me trabajaba unos años a través de terapia, cursos de crecimiento personal, etc. habría un punto en que ya no tendría que hacer nada para estar bien, y ahora veo lo ilusa que he sido al pensar esto. La motivación de desear que esto fuera así, era porque aspiraba a una vida sin preocupaciones, sin cambios, estable, donde poder manejarme tranquilamente, donde todo fuera fácil, buscaba la estabilidad porque huía de la incertidumbre. Ahora sé que ese pensamiento fue fruto de mi inmadurez, incluso de soberbia, por pensar que habría un momento en que podría saber tanto como para no sufrir. Después de un tiempo he descubierto, que la vida se convierte en una aventura cuando podemos fluir con los cambios, estando en el presente, sin aferramos a la estabilidad, ya sea financiera, de trabajo, amigos, pareja, familia, etc.


Cuando atravesamos períodos dulces, lógicamente queremos disfrutarlos, pero también he comprobado, que incluso los buenos momentos hay que vivirlos con despego. Esto no significa que no haya que disfrutarlos, por supuesto que sí, pero desde el momento presente, prescindiendo del deseo de que nada cambie, porque el cambio en sí mismo es inevitable e incluso necesario, porque si todo permaneciera lineal, no habría un nuevo impulso de energía. Vivir los momentos dulces con desapego, nos permite fluir cuando la situación cambia de nuevo, y por tanto, sufrir menos ante el cambio al no aferrarnos a él. Pero este desapego es desde una actitud de entrega, confianza y compromiso, si no, no es desapego, es miedo, o lo que algunos llaman “ir haciéndose a a idea” para cuando la vida de un nuevo palo; esta última actitud no es desapego, porque esa idea está basada en el miedo al futuro, no está basada en vivir el momento presente.


Cada dificultad que se cruza en mi vida es una bendición porque al “mirarla de frente” me permite llegar al fondo de mi misma. Y digo al “mirarla”, porque puedo esquivar la dificultad en sí, sin ir más allá de lo que ésta quiere mostrarme, y en este caso, en vez de sentirla como una bendición, se siente como una tortura. Puede que en ocasiones no esté preparada para ir al fondo de la cuestión en un determinado momento, o simplemente que no quiera, y ahí radica mi libertad, en querer o no querer ir hasta el fondo de las cosas, hasta la esencia de lo que se me presenta delante de mí. Pero mi experiencia es que cuando puedo acariciar aunque sea mínimamente esa esencia, un Universo nuevo se descubre ante mí, y una nueva profundidad dentro de mi Ser brota hacia el exterior, y es en este Ser interno, donde radica mi estabilidad.


Si estamos aquí en esta vida, es porque todavía podemos aprender muchas cosas, y cada circunstancia aparentemente negativa que no afrontamos, es una oportunidad que dejamos escapar. Y éste es el principal mensaje que quisiera transmitir a través de este artículo, que lo que no aprendemos, aparecerá una y otra vez hasta que logremos integrar la enseñanza que cada situación nos trae. Y si creemos que ya está todo aprendido, pero la situación se mantiene, quizá hay que mirar hacia otra solución, o hacia otro aprendizaje inmerso en esa situación, que aún no hemos sido capaces de ver. Pero asumir esto no es fácil, es más cómodo esperar que la situación cambie sin cambiar nosotros mismos. En este punto, recuerdo una frase que dijo Bert Hellinguer: “es más fácil sufrir que cambiar”, y esto mismo, adaptado al tema que nos ocupa, podría decirse, que es más fácil sufrir, que evolucionar con los cambios y los aprendizajes que estos nos traen.


En la consulta, recibo personas que acuden a la primera sesión de psicoterapia con vergüenza, porque piensan que es de cobardes pedir ayuda, cuando en realidad es todo lo contrario, porque la psicoterapia te pone de frente lo que muchas veces no queremos ver o afrontar, por tanto, estar inmerso en un proceso de crecimiento personal, supone un acto de valentía, porque implica tomar responsabilidad sobre nuestra vida y mirar dentro de nosotros, en vez de desear que lo de alrededor cambie. Cuando aceptamos que lo de alrededor no tiene por qué cambiar, entonces aparece la ESTABILIDAD VERDADERA, la que procede del interior de nosotros mismos. Si dependemos de lo externo para sentirnos bien, estamos a merced de lo que sucede fuera de nosotros.


Cuanto más movimiento hay afuera, más sólidos deben ser nuestros cimientos internos, y la forma en que nuestros cimientos sean sólidos, es a través del DESAPEGO y de la ACEPTACIÓN de todo tal y como es. Desde esa actitud podemos mirar dentro, que es donde realmente está la solución del problema.

Cuanto más decimos “Sí a todo tal y como es”, damos la posibilidad a que se deshaga el nudo, sin ese paso previo no hay nada que hacer. Y al decir “Sí”, la percepción del problema empieza a hacerse más pequeño, o ya no necesitamos que la persona o la situación cambie para nosotros poder estar bien, porque el cambio debe proceder del interior de uno mismo. Decía M. Gandhi, “sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”.


El ser adulto no es sólo una cuestión de edad, sino que el ser adulto se manifiesta por el modo en que abordamos nuestra vida, y las situaciones que se nos presentan. ¿Recordáis el cuento de los tres cerditos? Uno construyó una casa de paja para terminar antes e irse a jugar. El otro al ver que el hermano ya estaba jugando, la construyó de madera para irse a jugar con él; y el tercer cerdito, dedicó más tiempo y todas sus energías a construir una casa sólida de ladrillo, de manera que pasara lo que pasara fuera, sus cimientos eran sólidos. Al igual que los dos primeros cerditos, a veces pasamos demasiado tiempo pensando en jugar, pensando sólo en la recompensa a corto plazo. Esto traducido a nuestra vida, es lo mismo que dejar de lado determinados aprendizajes, salir corriendo ante determinados retos o decisiones que nos da miedo afrontar, o creer que cuando no haya nada afuera que nos amenace entonces estaremos bien. Pero cuando actuamos así, seguimos siendo como niños, porque no nos hacemos cargo de nuestra vida. El tercer cerdito, invirtió más recursos (tiempo, energía, materiales, etc) en construir su estabilidad desde dentro y así no culpar al exterior de cómo se siente, pero para hacer esa inversión, tuvo que trascender su ego, tomando la decisión que le permitiría la verdadera estabilidad, la que se haya dentro de uno. Y aquí la construcción de su casa es la metáfora de su propio interior.


Nuestro ego pone tantas barreras para darse cuenta de las cosas, que él mismo necesita situaciones duras para crecer, pero a medida que vamos eligiendo desde nuestra libertad, atravesar nuestra sombra, por mucho que nos cueste en un primer momento, necesitaremos señales menos duras para darnos cuenta de cuál es el siguiente paso que la vida nos muestra para aprender.


Estar atentos a las señales y los aprendizajes que nos traen las circunstancias, ayuda a que cada vez estos aprendizajes sean más rápidos, y menos bruscos.

Recuerdo una conversación hace unos años con un terapeuta del que aprendí mucho, al que le dije: “¿Hasta cuándo van a seguir pasando situaciones de tanto dolor? Yo pensé que ya era el tiempo de aprender de otra forma…”. Y este terapeuta me contestó: “Será que todavía necesitas aprender así”. Esas palabras cayeron en mi como un jarro de agua fría, pero me ayudó a darme cuenta de que a veces creemos que hemos aprendido algo cuando en realidad no es así completamente.


Imaginemos una cebolla, con todas sus capas. Puede que en la capa más superficial haya un aprendizaje esencial para nosotros. No todos tenemos los mismos aprendizajes, el aprendizaje esencial será aquel que más nos cueste, por eso allí donde más resistencias tengamos, o situaciones que se nos repitan una y otra vez, será donde más tarde o más temprano, haya algo que debamos ver y aprender.


Algunos de estos aprendizajes esenciales pueden ser: la humildad, el desapego, la paciencia, el poner límites, la confianza en uno mismo, el compromiso, la disciplina, etc. Después de la capa superficial, hay más capas. Y en casi todas ellas, volverá a aparecer el mismo aprendizaje, sólo que de distintas formas, o a través de diferentes situaciones y distintas personas. Si cada vez que se ha presentado la situación hemos aprendido el aprendizaje que estaba inmerso en ella, cada vez que se vuelva a presentar una situación con ese aprendizaje, el esfuerzo tenderá a ser menor, por la simple razón, de que en cuanto reconocemos lo que hay detrás, antes podemos abordarlo. Es algo así como quien tiene un problema de oído, si no oye bien, hay que hablarle en un tono muy alto, incluso gritarle. Sin embargo hay personas que si las hablas en susurros, pueden oírte, incluso leerte los labios.


En la vida también se nos habla así; a veces necesitamos que la vida nos grite para enterarnos de que hay algo que debemos aprender, y otras veces estamos tan atentos que hasta sabemos leer los labios, y con una pequeña señal nos basta. Y esto depende de lo despiertos o dormidos que estemos en cada momento. Cuanto más dormidos, mayor será el movimiento brusco que experimentaremos fuera, pero ese movimiento es sólo una señal para decirnos que hay que mirar dentro, para entender lo que sucede fuera. Y entender esto requiere de compromiso y responsabilidad con la propia vida.


Los aprendizajes se repiten capa tras capa de cebolla para ver que no caemos en patrones antiguos, para darnos cuenta nosotros mismos en qué punto estamos a ese respecto. Si de verdad lo hemos aprendido, no nos molestará que se nos repita la misma situación pues ya no habrá una reacción emocional ante ella.

Ahora sé que cada cambio que se produce en la vida es para crecer, y cuando se suman los aprendizajes, fruto precisamente de asumir distintos cambios, entonces ahí se produce un salto cuántico. Cuando miro atrás puedo sentir que GRACIAS precisamente a cada nueva situación que ha aparecido en mi vida, he podido dar nuevos pasos que me han permitido avanzar, aunque en muchas ocasiones temblara de miedo al afrontarlos. Es precisamente cuando hay miedo, donde hay algo que aprender, y atreviéndonos a dar el paso de afrontar el miedo, sin esquivarlo, y ver lo que hay detrás de él, cuando verdaderamente crecemos.


Cristina Cáceres Mangas

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