Si por ejemplo la madre murió temprano, los hijos de esa familia tienen una necesidad íntima de seguirla a la madre en la muerte. Ese es un amor interno muy profundo. Ese amor profundo por lo tanto ata al hijo al destino de la madre. Ese anhelo de seguir a la madre a veces sólo se siente, pero no es llevado a cabo en los hechos. Pero a menudo un hijo así se enferma, incluso más adelante ya como adulto.
Todos los movimientos que llevan a la muerte tienen algo en común: no tienen en cuenta a la otra persona. El amor que se expresa allí es ciego. El hijo que, por ejemplo, perdió a su madre y le quiere seguir en la muerte, no mira a los ojos a la madre. Procede como si estuviera ciego. Ese es un amor ciego. Porque si el hijo mirara a los ojos a la madre e internamente le dijera esta frase: "Yo te sigo en la muerte", se daría cuenta de que no puede decir esas palabras porque sentiría claramente que la madre ama con el mismo amor que el hijo. Entonces ese amor ya no podría cumplirse de esa forma enfermante.
Debería ahora encontrar otra manera, una manera que honre a la madre. Por ejemplo, la honra, cuando le dice:
"Tú me has hecho mucha falta. Sin ti casi no podía existir. Pero ahora te miro. Tomo mi vida al precio que tú has pagado por ella. Ahora hago algo bueno con ella. Te alegrarás al verme".
De esa forma la desgracia de la madre se transforma en una fuerza para vivir plenamente la vida, para una vida grande. Así honra a la madre de forma completamente diferente que muriéndose.
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