La conciencia la experimentamos en nuestras relaciones y tiene que ver con nuestras
relaciones, ya que todo actuar que tenga consecuencias para otros viene acompañado de un
sentimiento consciente de inocencia y de culpa. Y al igual que el ojo, al ver, constantemente
distingue la claridad de la penumbra, así, este sentimiento consciente en todo momento
distingue si nuestro actuar favorece o perjudica la relación. Aquello que perjudica la relación es
experimentado como culpa, y aquello que la favorece, como inocencia.
Mediante el sentimiento de culpa, la conciencia nos sujeta, obligándonos a corregir nuestro
rumbo. Mediante el sentimiento de inocencia, nos deja rienda suelta, y una brisa fresca hincha
la vela de nuestro barco.
Es similar al equilibrio: de la misma manera que un sentido interior, con la ayuda de los
sentimientos de malestar o bienestar, nos impulsa y dirige constantemente para que
mantengamos nuestro equilibrio, así también otro sentido interior nos impulsa y nos dirige con
otros sentimientos de malestar o bienestar para que nos mantengamos en las relaciones
importantes para nuestra vida.
Nuestras relaciones se logran teniendo en cuenta determinadas condiciones que, en lo
esencial, nos vienen predeterminadas, comparables a las condiciones de arriba y abajo,
delante y atrás, izquierda y derecha en el sentido del equilibrio. Bien podemos caernos hacia
delante o hacia atrás, hacia la derecha o hacia la izquierda si así lo queremos, pero un reflejo
innato nos obliga a la compensación antes de producirse la catástrofe, por lo que justo a tiempo
volvemos a encontrar el equilibrio.
De la misma manera existe un sentido superior a nuestra arbitrariedad, que vela por nuestras
relaciones. Actúa como un reflejo, con la finalidad de conseguir el reajuste y la compensación
en cuanto arriesgamos nuestra pertenencia alejándonos de las condiciones necesarias para el
éxito de nuestras relaciones. Al igual que nuestro sentido del equilibrio, también el sentido
relacional percibe al individuo junto con su entorno, registra el espacio libre y el límite,
dirigiendo a la persona mediante diferentes sensaciones de malestar y de bienestar. Este malestar lo sentimos como culpa, y este placer, como inocencia.
Así pues, tanto la culpa como la inocencia sirven a un mismo señor. El obliga tanto a la
inocencia como a la culpa a juntarse en un mismo tiro, delante de un mismo coche,
dirigiéndolas en una misma dirección. De esta manera, ambas impulsan la relación,
manteniéndola en el camino a través de su interacción. Bien quisiéramos tomar las riendas a
veces, pero el cochero no las suelta. Nosotros no somos más que prisioneros e invitados en su
coche. El nombre del cochero, sin embargo, es Conciencia.
Las condiciones previas
Las condiciones predeterminadas para las relaciones humanas comprenden:
— la vinculación,
— la compensación,
— el orden.
Solemos cumplir estas tres condiciones, al igual que las condiciones para nuestro equilibrio,
incluso en contra de otros deseos o intenciones, siguiendo el imperativo del impulso, de la
necesidad y del reflejo. Las reconocemos como condiciones básicas porque al mismo tiempo
las experimentamos como necesidades básicas.
El vínculo, la compensación y el orden se condicionan y se complementan mutuamente, y su
interacción es lo que experimentamos como la conciencia. Así, pues, también experimentamos
la conciencia como impulso, necesidad y reflejo, y en el fondo, como fundida con las
necesidades de vinculación, de compensación y de orden.
Las diferencias
Ahora bien, aunque siempre existe una interacción entre estas tres necesidades de vinculación,
de compensación y de orden, cada una de ellas tiende a imponer sus fines con un sentimiento
propio de culpa y de inocencia. Así, pues, sentimos la culpa y la inocencia de maneras diferentes, dependiendo de la meta y de la necesidad a las que sirven.
— Al servicio del vínculo sentimos la culpa como exclusión y lejanía, y la inocencia, como
cobijo y cercanía.
— Al servicio de la compensación entre dar y tomar sentimos la culpa como obligación, y la
inocencia, como libertad o derecho.
— Sirviendo al orden, sentimos la culpa como infracción y como temor ante el castigo, y la
inocencia, como cumplimiento concienzudo y como lealtad.
La conciencia sirve a cada uno de estos fines, aunque resulten contradictorios. En
consecuencia, también experimentamos estas contradicciones en los fines como
contradicciones en la conciencia. De hecho, muchas veces la conciencia, al servicio de la
compensación, nos exige aquello que al servicio del vínculo nos prohíbe, y al servicio del orden
nos permite aquello que al servicio del vínculo nos impide.
Así, por ejemplo, cuando le causamos a otro un daño igual que éste nos causó a nosotros,
estamos satisfaciendo la necesidad de compensación y nos sentimos justos. El vínculo, sin
embargo, por regla general queda destruido. Para corresponder tanto a la necesidad de
compensación como a la de vinculación, el daño que nosotros le causamos debe ser un poco
inferior al que él nos causó. De esta manera, la compensación sufre, pero el vínculo y el amor
ganan.
Por otra parte, cuando le hacemos a otro tanto bien como él nos hizo a nosotros, bien suele
darse la compensación, pero raras veces el vínculo. Para que la compensación favorezca
también la vinculación tenemos que darle al otro un poco más de lo positivo que él nos dio a
nosotros. Y él, al compensar lo recibido, tiene que darnos un poco más de lo que nosotros le
dimos. Así, el dar y el tomar permiten tanto la compensación como un intercambio constante,
fortaleciendo al mismo tiempo el vínculo y el amor.
Contradicciones similares experimentamos también entre las necesidades de vinculación y de
orden. Por ejemplo, cuando una madre riñe a su hijo por algo que hizo, diciéndole que tiene
que quedarse solo en su habitación durante una hora, y por cumplir con el orden deja al hijo
solo durante una hora entera, esta madre cumple con el orden, pero el hijo se enfadará con
ella, y con razón, ya que teniendo en cuenta el orden, la madre atenta contra el amor. En
cambio, perdonándole al hijo el resto del castigo al cabo de un tiempo, la madre bien atenta
contra el orden, al mismo tiempo, sin embargo, fortalece el vínculo y el amor entre ella misma y
el hijo.
Por tanto, cualquiera que fuera nuestra manera de seguir a la conciencia, ésta tanto nos
condena como nos absuelve.
Tomado del libro “El centro se distingue por su levedad”
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