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La Bola de Oro




Por mucho amor que del padre recibiera, No se lo pague, ya que de niño No reconocía el valor del don, Y de hombre me hice igual que los hombres, y duro. Ahora, un hijo me crece, tan bienamado Como ninguno que fuera la delicia de un corazón de padre, Y yo pago lo que en su tiempo recibí Con él, que no me lo dio —ni me devuelve—. Pues al hacerse hombre y pensar como los hombres, él, al igual que yo, hará sus propios caminos; nostálgico, pero sin envidia, lo veré, Dando al nieto aquello que a mí me corresponde. Lejos en la sala de los tiempos mi mirada va, Contenida y serena, observando el juego de la vida: La bola de oro cada cual, sonriente, pasa, Y ninguno la bola de oro devolvió. Aquello que se aplica a la relación entre padres e hijos, y entre maestros Y alumnos, también se aplica a cualquier situación en la que sea imposible alcanzar una compensación devolviendo o intercambiando. Es decir, a pesar de todo podemos liberarnos del peso de la obligación, traspasando a otros algo de lo que recibimos.


Tomado del libro "El centro se distingue por su levedad" Bert Hellinger

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Olga Victoria Quintana Rojas

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