Tercer principio: La persona puede sanarse sola
La medicina energética es una filosofía holística que enseña lo siguiente: «Yo soy responsable de la creación de mi salud; por lo tanto, en cierto sentido yo participé en la creación de esta enfermedad. Puedo participar en la curación de la enfermedad sanándome yo, lo que significa sanar al mismo tiempo mi ser emocional, psíquico, físico y espiritual.»
Curación total y cura no son lo mismo. Se produce una «cura» cuando la persona ha logrado controlar o detener el avance físico de una enfermedad. Curar una enfermedad física, sin embargo, no significa necesariamente que se haya aliviado también el estrés emocional y psíquico que formaba parte de ella. En este caso es muy posible, y con frecuencia probable, que la enfermedad reaparezca.
El proceso de la cura es pasivo, es decir, el paciente se inclina a ceder su autoridad al médico y al tratamiento prescrito, en lugar de desafiar activamente la enfermedad y recuperar la salud. La curación total, en cambio, es un proceso activo c interno que implica investigar las actitudes, los recuerdos y las creencias con el deseo de liberarse de todas las pautas negativas que impiden la total recuperación emocional y espiritual. Esta revisión interna conduce inevitablemente a la revisión de las circunstancias externas, con el fin de recrear la vida de modo que active la voluntad: la voluntad de ver y aceptar las verdades de la propia vida y de la forma en que se han utilizado las energías, y la voluntad de utilizar la energía para crear amor, autoestima y salud.
El lenguaje de la medicina oficial tiene un tono más militar que el de la medicina energética: «El paciente fue atacado por un virus»; o bien: «Una sustancia contaminó el tejido celular, produciendo un tumor maligno.» La filosofía de la medicina oficial considera al paciente una víctima inocente, o prácticamente impotente, que ha sufrido un ataque no provocado.
En la medicina oficial, el paciente sigue un tratamiento prescrito por el médico, de modo que la responsabilidad de la curación la tiene el médico. Si el paciente colabora o no con su médico es un hecho que ciertamente influye en el tratamiento, pero su actitud no se considera importante para el proceso, ya que los medicamentos y la cirugía son los que hacen la mayor parte del trabajo. En las terapias holísticas, por el contrario, la disposición del paciente para participar plenamente en su curación es necesaria para el éxito.
Las medicinas holística y oficial adoptan dos actitudes diferentes respecto al poder: activa y pasiva. Los tratamientos con sustancias químicas de la medicina oficial no requieren ninguna participación del paciente; en cambio una técnica holística, como la visualización, por ejemplo, es mejorada, intensificada, por un paciente activo e implicado. Es decir, se produce una conexión energética entre la conciencia del paciente y la capacidad curativa de la terapia y a veces incluso del terapeuta. Cuando la persona es pasiva, es decir, adopta la actitud de «hágamelo», no sana totalmente; puede recuperarse, pero es posible que jamás trate realmente el origen de la enfermedad.
Adquisidores
La madre que sufría de depresión y dolor crónico de cuello y espalda es un ejemplo de persona que sólo tiene poder pasivo. Este tipo de persona dependiente cree que debe extraer poder del ambiente externo y de otras personas, o por medio de ellas. Consciente o inconscientemente, piensa: «Sola no soy nada.» Este tipo de persona busca adquirir poder mediante el dinero, la posición social, la autoridad política, social, militar o religiosa, y la relación con personas influyentes. No expresa francamente sus necesidades, sino que se hace experta en tolerar o manipular situaciones insatisfactorias. En el sistema energético humano, las interacciones de la persona con su entorno se pueden comparar con circuitos electromagnéticos. Estos circuitos recorren codo el cuerpo y nos conectan con objetos externos y otras personas. Nos sentimos atraídos hacia objetos o personas poderosos, u «objetivos de poder», para introducir ese poder en nuestro sistema. Pero esa conexión con un objetivo de poder extrae una parte de poder de nuestro campo y lo sitúa en el objetivo. Al principio yo consideraba simbólicos estos circuitos de energía, pero he llegado a creer que en realidad son verdaderos caminos de energía.
Con mucha frecuencia oigo decir a personas que se sienten «enganchadas» a otra persona o a una experiencia del pasado. Algunas comentan que se sienten «agotadas* después de estar con cierta persona o en un determinado ambiente. De hecho estas palabras corrientes describen mejor de lo que podríamos pensar la interacción de nuestro campo energético con nuestro entorno.
Cuando una persona dice que está «enganchada» a alguien o algo de un modo negativo, o se identifica excesivamente con un objeto o posesión, inconscientemente está realizando un diagnóstico intuitivo, está identificando el modo en que pierde poder. A estas personas yo las llamo adquisidoras.
El tipo más extremo de adquisidor es el adicto. Al margen del tipo de adicción que tenga la persona (drogas, alcohol o dominio sobre los demás), sus circuitos energéticos están tan absolutamente conectados con el objetivo que ya no pueden hacer uso de su capacidad de razonar. En un seminario que di en Dinamarca para personas que eran seropositivas o ya habían desarrollado el sida, me encontré ante un caso que ilustra trágicamente las consecuencias energéticas de una adicción. Había allí una mujer llamada Anna, que había contraído el virus del sida debido a su ocupación, la prostitución. Anna tenía modales de niña y era muy menuda. También cojeaba, porque hacía un mes uno de sus «clientes» le había roto varias costillas.
En un momento dado hablé de lo que necesita hacer una persona para superar una enfermedad grave. Dije que las adicciones, por ejemplo, al tabaco, a las drogas o al alcohol, restan valor al proceso de curación. Durante uno de los descansos Anna se acercó a mí y me dijo: «Pero, Caroline, ¿qué daño puede hacer fumar sólo dos cigarrillos al día?» Al mirarla comprendí que si yo hubiera tenido en una mano la cura para el sida y en la otra un cigarrillo, y le hubiera dado a elegir entre ambas cosas, su mente habría elegido la cura para el sída, pero todos sus circuitos energéticos habrían ido directamente hacia ese único cigarrillo.
Es imposible insistir lo suficiente en este punto: los objetivos a los que conectan sus circuitos energéticos los adquisidores son personas o cosas a las que les han cedido su poder, concretamente el poder de dominarlos. La adicción de Anna a los cigarrillos tenía más autoridad sobre ella que su deseo de sanar. Incapaz de tomar decisiones capacitadoras para ella, estaba atada a un hábito de dejar su energía en manos de otros, casi siempre a su chulo y a sus cigarrillos, los dos objetivos de poder que la dominaban totalmente. La curación estaba fuera cíe su alcance porque, en esos momentos, su poder sólo existía fuera de los límites de su cuerpo físico.
No es fácil para la mente competir con las necesidades emocionales. A una sabía muy bien que tanto su ocupación como su adicción a los cigarrillos eran peligrosas para su salud. Pero emociónalmente seguía anhelando el tabaco porque creía que la relajaba, y continuaba con su chulo porque creía que éste cuidaba de ella. Su mente había racionalizado su aferramiento emocional, y quería negociar su proceso de curación proponiendo que dos cigarrillos no podían dañar su salud. Su incapacidad para superar sus adicciones, la incapacitaba para recuperar su poder de sanar.
No es la mente, sino nuestras necesidades emocionales las que controlan nuestra adhesión a los objetivos de poder. El famoso dicho «el corazón tiene razones que la razón no comprende» capta perfectamente esta dinámica. Inevitablemente, a la persona adquisidora le resulta muy difícil utilizar su intuición. Su propia estima está tan adherida a la opinión de su objetivo de poder que automáticamente niega cualquier información que le transmita su intuición. La intuición clara precisa la capacidad de respetar las propias impresiones. Si necesitamos que otra persona dé validez a nuestras impresiones, obstaculizamos enormemente nuestra capacidad de intuir.
Puesto que la curación no es negociable, el reto es mucho mayor para las personas adquisidoras que para las que tienen un sentido de poder activo. Sanar es, por encima de todo, la tarea de una sola persona. Nadie puede sanar por otro. Podemos ayudar a otras personas, ciertamente, pero nadie puede, por ejemplo, perdonar a alguien en nombre de otra persona, ni tampoco hacer que otra persona se libere de recuerdos o experiencias dolorosos que necesita liberar para sanar.
Dado que la naturaleza misma del poder pasivo es «poder mediante adhesiones», va en contra de toda la biología de una persona adquisidora soltar o separarse de los objetivos que agotan su energía. Estas personas están casi programadas para los tratamientos de la medicina oficial, lo que no siempre es necesariamente negativo; el tratamiento oficial es la forma de curación más apropiada para ellas mientras continúen pasivas.
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