En las relaciones normalmente nos llama la atención el hecho de cuánto uno da y cuánto uno recibe. Tenemos la tendencia a contar “lo que yo te di y lo que tú me diste”. Pero es menos común pensar en porqué una persona “da”, o en porqué una persona “recibe”. ¿Qué hay detrás de esas dos acciones?
Uno puede dar o recibir desde la carencia o desde el amor; por tanto, es más significativo el “desde dónde” uno hace las cosas, que el “qué” hace. Por ejemplo, una persona que se siente llena de amor puede decidir “dar” para compartir ese amor que ya está sintiendo en su interior, y precisamente por este amor que nace de ella, también puede permitirse estar abierta a “recibir”, porque al estar llena de amor, entiende que lo merece, sin ningún sentimiento de culpa ni de carencia.
Hay personas, en cambio, que “dan” porque en su interior necesitan compensar algo, o porque les resulta difícil decir “no” sin sentirse culpables, o porque han adoptado el rol de hacer siempre lo que se espera de ellas. También puede resultar de la necesidad de ser mejor persona, pero todo lo que surja desde la “necesidad” requiere un nuevo planteamiento, porque si es necesidad NO es amor, ya que en el amor hay libertad, y no existe libertad con necesidad.
El verdadero “dar” desde el amor, es desinteresado. No busca compensación ni es sentido como una obligación, porque la única recompensa es el amor en sí mismo; un amor que enaltece el Alma y que aumenta tu vibración energética.
Para saber cuándo actuamos desde un lado o desde el otro, basta con escuchar a nuestro corazón y sentir si estamos siendo nosotros mismos en cada acto de “dar”, “recibir”, “hacer” o “no hacer” (esto último es porque también se actúa cuando uno es pasivo o cuando se decide no hacer nada). Ser honestos con nosotros mismos para discernir desde dónde actuamos, pensamos y sentimos. Ésa es una de las claves para ser conscientes de nuestro comportamiento.
Precisamente por esto, no es mejor dar que recibir, ni recibir que dar; son las dos caras de la misma moneda. Lo que cada uno puede hacer en cada caso para saber qué es lo mejor, es tomar conciencia de porqué hacemos cada una de las dos acciones y así será posible llegar al equilibrio.
Una misma persona se puede desvivir dando en un tipo de situaciones y cerrarse en banda a otras. Por ejemplo, una madre puede creer que hace bien a renunciar a toda su vida por dar prioridad siempre a sus hijos, pero si esta madre olvida darse a ella misma, se está produciendo un desequilibrio. De lo que esta madre no es consciente, es que el mejor legado que puede dejar a sus hijos es ser un ejemplo para ellos de Amor a sí misma, y que ella también es importante, y tiene derecho a cuidarse. De esta forma les estará enseñando autoestima y les estará enseñando el equilibrio entre el dar y el recibir.
Si una persona sólo sabe “dar”, muy probablemente uno de sus aprendizajes pendientes sea aprender a recibir. En cambio, aquella persona que está acostumbrada a recibir más de lo que da, igual tiene que inspeccionar los motivos que le llevan a no dar, ya que en muchas ocasiones coincide con el “no dar-se al otro”. Si éste fuera el caso, estamos ante cierto tipo de miedos subyacentes a la cuestión del dar o el recibir, como pueden ser: no dar-me por si me abandonan, no dar-me para no sufrir, no dar-me porque el mundo es peligroso, no dar-me porque no me puedo fiar de nadie y me engaño pensando que soy muy independiente y que estoy mejor solo, no dar-me porque necesito protegerme con una máscara o coraza,no dar-me por miedo a ser vulnerable, o no dar-me por miedo a que me conozcan y no quiero que nadie me conozca porque yo mismo no me gusto.
Dar y recibir son las dos caras de la misma moneda, porque desde las dos se puede experimentar tanto el miedo como el amor.
La culpa, la creencia de no merecer, la necesidad de reconocimiento, la necesidad de que el otro se sienta agradecido contigo, o la sensación de que hay que dar para sentirse querido, o que no hay que dar no vaya a ser que te hieran, entre otras, son emociones que provienen del miedo. De esta manera, cada vez que hacemos algo con la intención de contentar al otro para asegurarnos que podemos seguir contando con su afecto, lo estamos haciendo desde el miedo. Del mismo modo a veces no aceptamos recibir algo, ya sea desde algo material a un abrazo, por creer que no lo merecemos, por sentimientos de desconfianza, etc., es decir, nuevamente, por miedo.
También hay que añadir que a veces uno no da por el mismo motivo que no está preparado para recibir, del mismo modo que no se puede dar a alguien que no está preparado para recibirlo. Cuando una persona tiene creencias limitantes de no merecimiento, el hecho de tener que recibir le puede producir culpa, por tanto, cuando uno siente este tipo de emociones en estas situaciones, en vez de quedarnos sólo en el dolor, es una buena oportunidad profundizar en lo ocurrido para seguir creciendo.
En definitiva, cuando uno elige vivir desde el Amor, siendo consciente de sus miedos y creencias limitantes, pero tratando de no dejarse condicionar por ellos, está en el camino de llegar al equilibrio entre el dar y el recibir, a la vez que facilita la apertura a la toma de conciencia de estos actos y de lo que implican en su vida.
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